Cafeteras enormes y torturadoras (los colectivos)

Sabado 23 de Diciembre de 2006, 16.55 hrs., 40 grados de sensación térmica. Tomo el colectivo hacia el trabajo. Un asiento libre al fondo y un pensamiento similar a: ¨Dios existe¨.

Me siento. Comienzo a mirar a mi alrededor. Veo que el 75% de los asientos están ocupados por niños de entre 2 y 8 años, el 25% restante, por sus madres, lógicamente. Un sentimiento de indignación recorre mis venas y pienso (dandome aliento a mi misma): ¨Cuando suba más gente, los van a desocupar¨.

Lo primero sucedió, lo segundo NO. Otra vez me vuelvo a equivocar. Y la indignación/impotencia de nuevo se apodera de mí.
Unos minutos más tarde se desocupa un asiento, el séptimo de la fila de asientos individuales, para ser más exacta. Corro desesperada a su encuentro (no me gusta ir al fondo). Me siento.

Pasadas dos cuadras, sube un anciano... bastante anciano. La chica del segundo asiento justo en ese momento se quedó dormida. El chico del cuarto asiento se vió absolutamente interesado por el hermoso paisaje y comenzó a mirar por el vidrio, sin mirar al anciano, que buscaba permanentemente un asiento para poder ubicar su cuerpo machacado por los años. No tuvo éxito, por supuesto. Me levanto y le hago señas de que venga a mi asiento, él muy contento, me agradece. No es por jactarme, ni demostrar que soy una buena persona, porque no lo soy, pero hay algo que sí es cierto: tengo muy buenas costumbres y una de las (pocas) cosas buenas que hicieron mis padres fue educarme en aspectos como estos.

Me quedo parada y, con fervor, busco áquel cartel que dice: ¨5 primeros asientos reservados para embarazadas, discapacitados y/o ancianos (Ordenanza municipal número nosecuánto)¨. Otra vez la indignación.

Suben dos ¨chicas¨, por llamarlas de una forma. Se ubican justo al lado mío y comienzan a comentar acerca de mi uniforme y de la empresa en la cual trabajo (empresas odiadas si las hay). Y pienso: ¨¡Pero yo laburo!¨
Una de ellas tenía un tatuaje a lo largo de una pantorrilla. Era un dragón, abajo decía: ¨Juan te amo¨. La otra tenía un celular de esos que te avisan cuando es la hora de la comida y decía algo así como: ¨Este me lo rrregalo el Marco’, dice que lo consiguió má’ barato, debe se’ choreao, juajua¨. Pierdo el hilo de la conversación unos segundos porque me puse a pensar que tenía el libro de Córtazar en el bolso y que si hubiese un asiento vacío, podría ir leyendo. Vuelvo a agarrar la conversación de las chicas. En ese momento comentaban que lindo había estado el baile la noche anterior, a pesar de que al ¨Roni¨ le habían metido una puñalada en la espalda por ¨hacese el choro con unos negro’ de otro barrrio¨. Llega el momento de bajarme… Por fin. Los 25 minutos más largos de mi día seguro que fueron esos.

Cuando bajo lo primero que pienso es: ¨Que tentadora es la idea de unirme al club de los Misántropos. Aunque no más que la idea de no volver a pisar un colectivo en mi vida¨.

UPDATE: Ya me uní al Club de los Misántropos, carajo!